Convocar las ruinas

Tener memoria comienza a ser peligroso en un mundo dominado por un alzhéimer social que hace realidad la inquietante película «Alphaville» (1965) de Jean-Luc Godard, en la que una voz anuncia permanentemente la supresión de palabras del diccionario, buscando mediante su borrado la desaparición de aquello que nombran. Y Carlos Suárez (Avilés,1969) se arriesga en esta exposición a hurgar en el pasado, un montón ruinas industriales donde podemos encontrar las huellas que ha dejado a su paso el capitalismo que acumula, como en la visión del famoso ángel de la historia de Walter Benajamin, «escombros sobre escombros». Las ruinas que han atraído a los artistas desde el Renacimiento tuvieron a partir de los años setenta del siglo pasado un renovado interés cuando la industria empieza a decaer en Occidente dejando los restos de una economía fordista, estructuras industriales fotografiadas por Bernd y Hilla Becher o transitadas por Robert Smithson.
Carlos Suárez ha recorrido en los últimos años un itinerario artístico que va desde lo íntimo a lo político, desde lo pictórico a lo fotográfico y documental, convirtiéndose en uno de los artistas más interesantes del panorama asturiano, aunando la reflexión y el riesgo, la crítica y la investigación. La exposición «Tierras de Koningsbos» (2008), fotografías de paisajes agrícolas abandonados, que supuso una inflexión en su trayectoria y su propuesta «Promesas de Bucarest», para la muestra colectiva «Espacios de memoria» (2012) en la galería virtual Gloria Heldmound, con los textos populistas del dictador rumano Nicolae Ceaucescu impresos sobre las fotografías del muro que rodean el «Palacio del Pueblo», fue un paso más en la implicación de su obra con la memoria, la ruina y lo social, elementos esenciales de un discurso que sigue abriendo nuevas líneas de compromiso como en la serie «La escultura en el olvido» (2012) inédita hasta la fecha.
«No Memory. Cities in the world» es un recordatorio. En las últimas décadas hemos vivido deslumbrados por el consumismo olvidándonos de dónde veníamos, hemos querido borrar las ruinas y abrazar la amnesia, nos hemos convertido en turistas sin memoria, en paseantes sin referencias. En la propuesta de Carlos Suárez hay una visión global y en los dípticos fotográficos al lado de las ruinas industriales se encuentran gentes de Londres, Vigo, Madrid y Avilés paseando o disfrutando de sus ratos de ocio, «consumidores en la ciudad sin memoria -como señala Abel H. Pozuelo en el catálogo- situados de manera artificial junto a vestigios de lo que hubo justo antes, ahora denostado». Pero puede realizarse una lectura en clave local. Las fotografías de las monumentales ruinas de la Térmica, derruida en un acto caprichoso y sin sentido, son un tesoro que sirve para activar la memoria, un pasado de «coreanos», de muertos en las «campanas» durante el proceso cimentación de Ensidesa, un paisaje de tiempo del que carece la nueva ciudad con sus arquitecturas inmaculadas.
Pero esta parte documental convive con una intervención en Centro de Arte. Se ha apuntalado el techo de la sala de exposiciones produciendo una sensación de desastre y riesgo de ruina, situando el espacio en el tiempo anterior al derrumbe que reflejan las fotografías. La instalación deviene en metáfora de esta época en la que la catástrofe y como consecuencia la desolación configuran un período inestable. Pero los puntales se erigen, también, como símbolos de resistencia frente a la demolición de la identidad, el desmantelamiento de la democracia y la voladura de los derechos sociales que en los últimos años viene practicando un capitalismo salvaje ante la pasividad general.
Carlos Suárez ha conseguido con sus contundentes fotografías y su acertada intervención convocar las ruinas para conjurar el presente, arrinconar a quienes reprimen el pasado y reclamar la construcción de un futuro, que quizá y sobre todo, ha de atender a lo silenciado, reclamando la memoria de lo común, de los perdedores

La Nueva España. 16 de Enero de 2013