Un motivo para pensar

En «Paraísos artificiales»(2008), serie que presentó en la galería Vértice, Carlos Suárez (Avilés, 1969) sedimentó lo pictórico en lo fotográfico, en palabras de Fernando Castro Flórez, sin perder elementos esenciales de su historia artística pero dejando claro que por la ruta emprendida no había camino de retorno. Algo que se confirmó en la siguiente serie «Tierra de Koningbos» (2008) un recorrido por los paisajes agrícolas próximos a Kasterlee, en Bélgica, con la fotografía construyendo un territorio abandonado, sin identidad ni presencia humana, un lugar suspendido en el tiempo. Profundizó en esta idea en «Migraciones pictóricas» (2010), exposición colectiva en torno a los desplazamientos de lo pictórico, con dos piezas que ahondaban en conceptos como desolación, invisibilidad y periferia. Pero todos estos trabajos mantenían fuertes vínculos con la pintura, con un pasado que de la mano de la galería Almirante de Madrid, le llevó a ARCO (2003 y 2004) y a MACO (2004), la Feria de Arte Contemporáneo de México. Sin embargo, en su nueva propuesta se adentra por terrenos postconceptuales, afectados por depósitos románticos. A Carlos Suárez le interesan los procesos, la relación con el lugar, el arte expresado como una forma de vida le parece más importante que realizar una gran obra aunque, en su caso, subsiste un sustrato poético, rescatando lo que desaparece o queda oculto tras la monumentalidad, la memoria de lo apartado. Y, al tiempo, mantiene un interés por la forma, cuidando la ejecución y el resultado final.

En la instalación que presenta en Adriana Suárez la casa se convierte en protagonista de un relato que con mínimos elementos logra una gran intensidad, una arquitectura en el interior de la galería que establece un diálogo entre diferentes espacios. El proyecto ha modificado el suelo de la sala del que emergen cinco casas de madera, pequeñas maquetas que alteran la percepción del lugar, dotándolo de un contenido inusual. Dos fotografías, apoyadas en la pared, realizadas en las proximidades de Kasterlee, de casas solitarias y enigmáticas, completan esta lúcida propuesta.

Como consecuencia nos encontramos con una experiencia que reflexiona sobre lo interior y lo exterior, lo público y lo intimo, lo familiar y lo social, pero que, también, introduce el desconcierto y la desubicación. Hay una multiplicidad de miradas y el visitante se mueve entre las maquetas de las casas que se encuentran en el interior de una vivienda que se abre a la visión de un paisaje que es diferente al que reflejan las imágenes fotográficas. Cuando en todas partes se propicia que nos sintamos como en casa este lugar nos confunde y desorienta, inquieta y muestra otra realidad. No cabe duda de que lo extraño de la situación le infunde un carácter misterioso, como sucedía con el trabajo «Haus u r (casa u r)» de Gregor Schneider que consistía en duplicar, en el edificio en el que vivía, paredes y ventanas y añadir nuevos espacios, modificando la percepción.

Con estas prácticas Carlos Suárez realiza toda una declaración de cómo entiende el arte, una reflexión ajena a banalidades estéticas, en continua investigación, reivindicando la inestabilidad, mostrando en cada obra la insatisfacción y planteando cada proyecto como un motivo para pensar. Resultan tan escasos, hoy en día, estos planteamientos que cuando se encuentran, como en este caso, sólo cabe rendirse ante el riesgo y la diferencia.

 La Nueva España 9-11-2011